Aquel mes de agosto hizo un calor bochornoso. Mi presupuesto hacía totalmente inviable cualquier tentativa de alejarme de mi bohemio ático en el corazón de la ciudad. Pasaba los días tirado en la cama, desnudo, leyendo un libro tras otro y haciendo viajes a la ducha y a la nevera por partes iguales. Estaba esta última bien provista de helados y refrescos que arruinaron, en unos días, el perímetro de mi cintura. Por las noches, salía a la fresca, ya cenado, y me sentaba en alguna de las terrazas del Barrio del Carmen en espera de que algún incidente singular diera un giro a mis vacaciones. Después de una semana de infructuosos intentos, entablé conversación con un joven extranjero que resultó ser inglés y pintor de profesión para más señas. Yo no soy muy dado a abrir mi intimidad a cualquiera pero creo que aquel calor me volvió loco y viví una experiencia prodigiosa de la que nunca me habría creído capaz. Ha pasado el tiempo y sigo siendo como siempre: adorador incondicional de las mujeres, sobre todo si son hermosas e inteligentes. De aquel ángel rubio me queda un retrato al carboncillo en el que estoy muy favorecido y un recuerdo intacto en rincones privilegiados de mi casa y mi memoria.
¿Por qué respiras y quieres seguir respirando? Nunca me he formulado esta pregunta ni tampoco la que encabeza este texto. Me encontré un buen día, hace de esto ya mucho tiempo (a mitad del siglo pasado), existiendo y mi vida, supongo, era normal, tenía una familia, una casa, íba al colegio, mi padre era comerciante y mi madre se ocupaba de las labores del hogar y de nosotros, sus tres hijos. Salíamos los fines de semana (a tomar gambas a la plancha de aperitivo los domingos después de misa, de eso me acuerdo muy bien). Recuerdo muchas otras cosas que no vienen al caso y recuerdo también que desde siempre había un sueño que estaba conmigo, desde que leí los primeros libros, ese sueño era escribir, ser escritora, tener un aspecto serio y distinguido y hablar con fluidez de los asuntos más profundos de la vida. Pero ese sueño, permitidme la reiteración de la palabra, no era un deseo consciente, no era algo a lo que yo aspirara, no me consideraba agraciada con ningún...
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