Lucía Quiroga salió del bar a
fumarse un cigarrillo a la calle. Hacía un frío de mil demonios en la madrugada
del 30 de enero del 2010. Aspiró una bocanada intensa de alquitrán y nicotina
que suavizó momentáneamente su desasosiego. Lo tenía en sus manos, sólo faltaba
un detalle, el detalle definitivo que llevaría a Domingo Ortuño -un político
tan aclamado por un sector de la población como vituperado por el otro-, a
pasar una buena temporada a la sombra. Había estado toda la noche al acecho de
aquella jovencita alocada, de no más de 16 años, subida en unos tacones de
vértigo, con un vestido rojo ceñido a su cuerpo a modo de segunda piel, una
melena larga aleonada y un rostro de niña consentida escondido tras varias
capas de maquillaje que le daban un aspecto de muñeca frívola y seductora.
Volvió a entrar al palacete
convertido en el local nocturno más concurrido por la crema de la ciudad. Ahora
ya no había una nube de humo al entrar como hacía un mes. Una banda de jazz
vertía sus notas a un ritmo suave mientras la gente bebía combinados o tragos
fuertes, envueltos en un ambiente cálido y colorido.
De pronto la vio levantarse
del taburete donde estaba sentada, junto a la barra, con sus largas piernas
cruzadas expuestas generosamente a las miradas de deseo de más de un cazador
furtivo de los que poblaban el lugar. Se dirigió a los aseos con un andar
insinuante y pausado. Lucia se fue detrás. La alcanzó justo cuando iba a cerrar
la puerta del pequeño cubículo con retrete de última generación, le dio un
empujón y se metió con ella dentro, le puso su pistola en la sien y le dijo que
mantuviera la boca cerrada si no quería acabar con esa mirada de gacela
asustada que le transformó el rostro.
-Lo sé todo –le dijo
amenazante- y vas a contarlo en el tribunal si no quieres terminar tu corta
vida en una cuneta con un tiro en tu preciosa cabecita. Quiero que confieses
tus servicios desinteresados en las fiestas de Domingo Ortuño y la procedencia
de tu preciosa casa en el mejor barrio de la ciudad. No habrá sitio en el que
estés segura si no lo haces, te lo prometo.
La dejó en los aseos aturdida
y salió apresuradamente del local. Una vez en la calle, anduvo rápida hacia su
utilitario, acomodada en él se quitó la peluca rubia y las gafas de aviador con
cristales espejados. Puso rumbo a su casa con la satisfacción del deber
cumplido.
A los dos meses, Domingo Ortuño pasó a engrosar la nómina de los más de trescientos políticos del país implicados en casos de corrupción sin que ello alterara lo más mínimo la nefasta marcha de las cosas.
A los dos meses, Domingo Ortuño pasó a engrosar la nómina de los más de trescientos políticos del país implicados en casos de corrupción sin que ello alterara lo más mínimo la nefasta marcha de las cosas.
Necesitamos personas como Lucía y relatos como el tuyo, que nos motiven a actuar!!
ResponderEliminarGracias, Maga.
EliminarBuen relato, Lu y muy actual, por desgracia.
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