La han sacado del río inerte. Chen Xingwu, por primera vez en su vida, deja que unas lágrimas resbalen por la arrugada piel de su rostro viril, curtido de soles al son de su pala cavando la tierra, en su interminable lucha por labrar una cosecha. Lili, su adorada niña de quince años, yace muerta en el suelo, devuelta por las sedientas aguas del río Amarillo, el turbio y terrible “río de barro” que devora a su paso bosques y praderas. La gente se arremolina en torno a ellos. Por todas partes deambula el dolor y el miedo Es tiempo de lluvias en la árida meseta de Loess, situada en las entrañas de la profunda China. Pedazos de tierra mojada se deslizan hacia el río. Chen Xingwu le cierra los ojos a su hija, la limpia de lodos y la acaricia apretándola contra su pecho mientras llora inconsolablemente. Le costó decidirse a aceptar a esa niña. En 1986 se había casado con So Young, una joven coreana a la que había comprado en el mercado de novias, a un vendedor itinerante, después de
Foto de Carles Solís Yo era una feliz profesora de matemáticas. Ejercí mi profesión durante cuarenta años. Nunca tuve un destino fijo por razones que son largas de contar y que no vienen al caso, aunque su esclarecimiento daría mucha luz sobre el mediocre sistema educativo de este país en el que vivimos. Me consideraba buena en mi oficio y casi siempre recibía el cariño de mis discípulos. Hasta que los nuevos tiempos me enfrentaron a una asignatura llamada Atención educativa. Esta venía a ser el coladero de la mayoría de los alumnos, que huían de la religión. Pero ¡ay de mí! Esos chicos descreídos tampoco respetaban la autoridad de mis canas y de mi oficio y todo terminó de forma intempestiva cuando le rompí una silla en la cabeza a Gregorio Contreras. Se quedó varios meses en coma, reflexionando, supongo, si es que ello es posible en tal estado, sobre las inconveniencias de menospreciar las fuerzas de aquellos con los que nos enfrentamos.