Siempre seré una niña. Aunque un velo blanco disfrace mi negro pelo y el azar me lleve a una calle Parisina en un día lluvioso acompañada de mi último amante. El azar metamorfoseado en una sustanciosa oferta de la agencia de viajes de la esquina de mi casa. Y henos aquí, jugando a viajeros olvidados del tiempo y amándonos en un hotel de tercera del Barrio Latino donde respiran sugestivas historias de otras épocas. Nuestra existencia arrojada, en otro momento, a la misma mesa del café donde Sartre y Beauvoir hablaban de que el ser humano está condenado a ser libre. Yo hice pronto mi elección: siempre seré una niña.
¿Por qué respiras y quieres seguir respirando? Nunca me he formulado esta pregunta ni tampoco la que encabeza este texto. Me encontré un buen día, hace de esto ya mucho tiempo (a mitad del siglo pasado), existiendo y mi vida, supongo, era normal, tenía una familia, una casa, íba al colegio, mi padre era comerciante y mi madre se ocupaba de las labores del hogar y de nosotros, sus tres hijos. Salíamos los fines de semana (a tomar gambas a la plancha de aperitivo los domingos después de misa, de eso me acuerdo muy bien). Recuerdo muchas otras cosas que no vienen al caso y recuerdo también que desde siempre había un sueño que estaba conmigo, desde que leí los primeros libros, ese sueño era escribir, ser escritora, tener un aspecto serio y distinguido y hablar con fluidez de los asuntos más profundos de la vida. Pero ese sueño, permitidme la reiteración de la palabra, no era un deseo consciente, no era algo a lo que yo aspirara, no me consideraba agraciada con ningún...
Comentarios
Publicar un comentario