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Mostrando entradas de septiembre, 2014

Sueño, luego vivo.

Sueño, luego vivo, tu sonrisa confiada apoyada en mi hombro maternal. Escucho tu parloteo incesante hablándome de esto y de lo otro... Sin pausa... Por la noche te leo un comic de Tintín hasta que el sueño te transporta a otro lugar. Llega el día de tu debut en el cine, acudimos, solemnes, al estreno de ET, tu vocecilla de niño resuena en la sala en la primera escena: -¡Mira, mamá, una casita en Canadá! Risa general. Después te comportas como un caballero, muy atento a la pantalla hasta que tu voz suena de nuevo: -Mamá ¿cuándo sale Popeye? Otra vez las risas de la gente, se lo toman bien, no nos echan del cine. Una fiebre infantil nos recluye en casa, llevamos batas de cuadros y zapatillas, la estufa de leña caldea la buhardilla, jugamos a las cartas, mientras una cacerola recoge las gotas de lluvia que se filtran por el tejado, plas, plas, plas... Otro día vamos muy serios al Teatro Principal, Tricicle nos entusiasma, cuando salimos me dice

La elección

                                        Siempre seré una niña. Aunque un velo blanco disfrace mi negro pelo y el azar me lleve a una calle Parisina en un día lluvioso acompañada de mi último amante. El azar metamorfoseado en  una sustanciosa oferta de la agencia de viajes de la esquina de mi casa. Y henos aquí, jugando a viajeros olvidados del tiempo y amándonos en un hotel de tercera del Barrio Latino donde respiran sugestivas historias de otras épocas. Nuestra existencia arrojada, en otro momento, a la misma mesa del café donde Sartre y Beauvoir hablaban de que el ser humano está condenado a ser libre. Yo  hice pronto mi elección: siempre seré una niña. 
1 Dos   extraños curiosos impertinentes   en un tren de largo recorrido Ernesto Martí bajó de un taxi en la estación de Sants de Barcelona a las cinco   de la tarde de un otoñal viernes. Faltaban pocos minutos para que saliera su tren en dirección a Valencia. Se apresuró con la maleta. Cuando llegó estaban a punto de cerrar el puesto de control. Pasó su equipaje por el escáner y entregó su billete a una azafata que lo saludó con cortesía. En el tren se hallaba ya Pablo Méndez cómodamente instalado en la parte del tren en que los asientos se miran y se despliega una mesa. Había puesto sobre ella un libro de Paul Auster y estaba consultando unos mensajes en su teléfono móvil. Ernesto llegó a su asiento que estaba justo enfrente del de Pablo. Colocó su maleta en el estante superior encima de su cabeza y se sentó dejando su bolso de mano en el asiento de al lado que estaba vacío igual que su gemelo del lado de Pablo. Los dos hombres se miraron con disimulo. Pablo empezó primer