Foto de Carles Solís
Yo era una feliz profesora de matemáticas. Ejercí mi
profesión durante cuarenta años. Nunca tuve un destino fijo por razones que son
largas de contar y que no vienen al caso, aunque su esclarecimiento daría mucha
luz sobre el mediocre sistema educativo de este país en el que vivimos. Me
consideraba buena en mi oficio y casi siempre recibía el cariño de mis
discípulos. Hasta que los nuevos tiempos me enfrentaron a una asignatura llamada
Atención educativa. Esta venía a ser el
coladero de la mayoría de los alumnos, que huían de la religión. Pero ¡ay de
mí! Esos chicos descreídos tampoco respetaban la autoridad de mis canas y de mi oficio y todo terminó de forma
intempestiva cuando le rompí una silla
en la cabeza a Gregorio Contreras. Se quedó varios meses en coma, reflexionando,
supongo, si es que ello es posible en tal estado, sobre las inconveniencias de
menospreciar las fuerzas de aquellos con los que nos enfrentamos.
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