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Despertar



Lucila se despertó con el amanecer aquella mañana del mes de abril. Cuando abrió el ventanal de su apartamento y salió a la terraza que daba al mar, percibió un extraño fenómeno, al menos era algo completamente nuevo para ella: los primeros rojos del día parecían volver de un encuentro apasionado con los naranjos en flor de los huertos cercanos; un intenso olor a azahar la envolvió. Cuando el sol fue surgiendo del horizonte del agua, parecía una enorme naranja, una fruta prohibida que cegaba al que osaba poner sus ojos en ella. Se sintió alentada con esas intensas sensaciones. Sin embargo, una idea fija rondaba su cabeza desde que se había despertado, un buen rato antes de levantarse de la cama. Se fue al cuarto de baño, cogió una cuchilla de afeitar bien afilada y, sin dudarlo un instante, sesgó de dos certeros y firmes tajos sus venas eróticas. La muerte de sus fantasías sobrevino con rapidez y Lucila decidió no llevar luto por ellas. Horas más tarde entregó su cuerpo al sol y a la brisa sin reparos...

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