Mientras el cielo se rompía en mil pedazos líquidos y un octubre negro desangraba al país por causa de una crisis atroz, tú estabas llorando junto a mí, diciéndome que me querías pero que no podías seguir conmigo, que te ahogabas en la rutina y que te sentías muy insatisfecho.
Me abandonabas y yo sentía pena por ti. Conseguí dormir bien aquella noche, la química funcionó esta vez. Me sentí fuerte. No iba a permitir que un hombre me arruinara la vida una vez más. Tracé un plano de mi futuro sin ti: Puse flores en los jarrones, amistades en el sofá, ejercicio físico para mi cuerpo cansado y canciones tristes para recordarte; me vi más delgada y atractiva; seduje corazones desde lejos, con cautela, sin acercarlos demasiado para no quebrar su fragilidad ni la mía; repartí grandes dosis de afecto entre los míos, los que me apreciaban, los que me necesitaban; me entregué a las letras con pasión, leí libros a destajo y escribí los versos más vivos y los cuentos más audaces. Una vez terminado, lo colgué en el corcho delante de mi mesa de trabajo, para no olvidarlo, para saber qué hacer si me acechaba el desconsuelo. Estaba viva, la sangre fluía por mis venas y había un mundo fuera esperando las huella de mi estancia en él. No quería dejar la derrota como recuerdo.
¿Por qué respiras y quieres seguir respirando? Nunca me he formulado esta pregunta ni tampoco la que encabeza este texto. Me encontré un buen día, hace de esto ya mucho tiempo (a mitad del siglo pasado), existiendo y mi vida, supongo, era normal, tenía una familia, una casa, íba al colegio, mi padre era comerciante y mi madre se ocupaba de las labores del hogar y de nosotros, sus tres hijos. Salíamos los fines de semana (a tomar gambas a la plancha de aperitivo los domingos después de misa, de eso me acuerdo muy bien). Recuerdo muchas otras cosas que no vienen al caso y recuerdo también que desde siempre había un sueño que estaba conmigo, desde que leí los primeros libros, ese sueño era escribir, ser escritora, tener un aspecto serio y distinguido y hablar con fluidez de los asuntos más profundos de la vida. Pero ese sueño, permitidme la reiteración de la palabra, no era un deseo consciente, no era algo a lo que yo aspirara, no me consideraba agraciada con ningún...
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