Elia terminó las clases a las 8 de la tarde y se fue caminado hacia su casa. Había tenido suerte con aquella sustitución: era en un instituto de su ciudad, tenía un horario nocturno de lujo: de profesor veterano y jefe de departamento, además. Los alumnos eran tranquilos, sólo había bachilleratos y un ciclo de formación profesional; algunos compaginaban sus estudios con la carrera de música en el conservatorio. Éstos eran siempre los mejores, jóvenes con alma de artistas, llenos de pasión y poco proclives a perder el tiempo. Elia estaba encantada y sólo pedía poder quedarse todo el curso en aquel instituto. Aquel día había pedido a sus alumnos de primero que elaboraran una redacción en la que reflejaran alguna de sus preocupaciones, o que hablaran de sus costumbres o de sus ilusiones en la vida. Llevaba en su bolso sesenta narraciones para corregir durante el fin de semana. No estaba mal, teniendo en cuenta que ella no tenía ni...