Había
escrito una historia tétrica aquella tarde. Se desarrollaba en un oscuro
callejón con altos arbustos a los lados pertenecientes a las casas vecinas.
Mientras lo recorría con gran inquietud, una sombra surgía de entre las ramas y
allí encontraba yo la muerte a cuchilladas, sin piedad y exenta de toda lógica.
Cuando lo terminé, quedé profundamente insatisfecho y abandoné el relato en un
archivo de mi ordenador. Más tarde, cuando la noche cayó como un pesado fardo,
un impulso irrefrenable me llevó a deambular por las calles de mi ciudad sin
rumbo determinado. De pronto llegué a un lugar que respondía exactamente al que
yo había descrito en mi cuento. Preso del pánico, desanduve el camino a toda
prisa y no paré hasta dar con mis huesos en un iluminado bar donde unos cuantos
tragos y una banda de jazz, me devolvieron la calma.
La han sacado del río inerte. Chen Xingwu, por primera vez en su vida, deja que unas lágrimas resbalen por la arrugada piel de su rostro viril, curtido de soles al son de su pala cavando la tierra, en su interminable lucha por labrar una cosecha. Lili, su adorada niña de quince años, yace muerta en el suelo, devuelta por las sedientas aguas del río Amarillo, el turbio y terrible “río de barro” que devora a su paso bosques y praderas. La gente se arremolina en torno a ellos. Por todas partes deambula el dolor y el miedo Es tiempo de lluvias en la árida meseta de Loess, situada en las entrañas de la profunda China. Pedazos de tierra mojada se deslizan hacia el río. Chen Xingwu le cierra los ojos a su hija, la limpia de lodos y la acaricia apretándola contra su pecho mientras llora inconsolablemente. Le costó decidirse a aceptar a esa niña. En 1986 se había casado con So Young, una joven coreana a la que había comprado en el mercado de novias, a un vendedor itinerante, después de
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