Ir al contenido principal

Las reglas del juego




La reina Blanca, harta de las estrictas reglas del juego de la corte, huyó una noche aprovechando el silencio y la oscuridad del escenario. Salió a un mundo que le pareció excepcional: lo primero que vio fue una hermosa luna llena reflejada sobre un mar en completa calma. ¡Lo que me estaba perdiendo -se dijo- siempre encerrada en aquel palacio! Anduvo por la playa hasta que el sueño la venció y se quedó dormida en una barquichuela varada en la arena. La despertó un sol radiante y las voces de unos pescadores que se acercaban. Tuvo tiempo de esconderse tras una roca y se dio cuenta de que tenía que cambiar sus suntuosas ropas si quería pasar desapercibida entre la gente. Se dirigió al pueblo donde encontró a una mujer, de edad y forma similares a la suya, que estaba barriendo la entrada de su casa. Esta se sorprendió mucho al verla toda vestida de blanco y con una corona sobre su cabeza.
            -Te ofrezco mi corona a cambio de tu vestido y algo de comer, estoy hambrienta.
La mujer no salía de su estupor pero le pareció una buena oferta. La invitó a entrar en su casa y le sirvió un buen trozo de bizcocho y un tazón de  leche. Después examinó la corona calculando la cuantía de su buena fortuna. Le dio a la dama el mejor de sus vestidos y escondió bien la joya temerosa de que alguien se la arrebatara.
La reina salió de nuevo al mundo, con un vestido rojo veraniego y unas sandalias del mismo color, dispuesta a conquistarlo. No fue fácil, probó variados oficios y diversos estados y solo encontró la paz y el amor que buscaba  en un hospital de Guinea Ecuatorial, ayudando a  los niños enfermos de malaria donde, además, tuvo la fortuna de cruzar sus ojos con un abnegado médico del que se enamoró profundamente. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Por qué escribes o quieres ser escritor?

¿Por qué respiras y quieres seguir respirando? Nunca me he formulado esta pregunta ni tampoco la que encabeza este texto. Me encontré un buen día, hace de esto ya mucho tiempo (a mitad del siglo pasado), existiendo y mi vida, supongo, era normal, tenía una familia, una casa,  íba al colegio, mi padre era comerciante y mi madre se ocupaba de las labores del hogar y de nosotros, sus tres hijos. Salíamos los fines de semana (a tomar gambas a la plancha de aperitivo los domingos después de misa, de eso me acuerdo muy bien). Recuerdo muchas otras cosas que no vienen al caso y recuerdo también que desde siempre había un sueño que estaba conmigo, desde que leí los primeros libros, ese sueño era escribir, ser escritora, tener un aspecto serio y distinguido y hablar con fluidez de los asuntos más profundos de la vida. Pero ese sueño, permitidme la reiteración de la palabra, no era un deseo consciente, no era algo a lo que yo aspirara, no me consideraba agraciada con ningún tal

UN CUENTO CHINO

La han sacado del río inerte. Chen Xingwu, por primera vez en su vida, deja que unas lágrimas resbalen por la arrugada piel de su rostro viril, curtido de soles al son de su pala cavando la tierra, en su interminable lucha por labrar una cosecha. Lili, su adorada niña de quince años, yace muerta en el suelo, devuelta por las sedientas aguas del río Amarillo, el turbio y terrible “río de barro” que devora a su paso bosques y praderas. La gente se arremolina en torno a ellos. Por todas partes deambula el dolor y el miedo Es tiempo de lluvias en la árida meseta de Loess, situada en las entrañas de la profunda China. Pedazos de tierra mojada se deslizan hacia el río. Chen Xingwu le cierra los ojos a su hija, la limpia de lodos y la acaricia apretándola contra su pecho mientras llora inconsolablemente. Le costó decidirse a aceptar a esa niña. En 1986 se había casado con So Young, una joven coreana a la que había comprado en el mercado de novias, a un vendedor itinerante, después de

Sueño, luego vivo.

Sueño, luego vivo, tu sonrisa confiada apoyada en mi hombro maternal. Escucho tu parloteo incesante hablándome de esto y de lo otro... Sin pausa... Por la noche te leo un comic de Tintín hasta que el sueño te transporta a otro lugar. Llega el día de tu debut en el cine, acudimos, solemnes, al estreno de ET, tu vocecilla de niño resuena en la sala en la primera escena: -¡Mira, mamá, una casita en Canadá! Risa general. Después te comportas como un caballero, muy atento a la pantalla hasta que tu voz suena de nuevo: -Mamá ¿cuándo sale Popeye? Otra vez las risas de la gente, se lo toman bien, no nos echan del cine. Una fiebre infantil nos recluye en casa, llevamos batas de cuadros y zapatillas, la estufa de leña caldea la buhardilla, jugamos a las cartas, mientras una cacerola recoge las gotas de lluvia que se filtran por el tejado, plas, plas, plas... Otro día vamos muy serios al Teatro Principal, Tricicle nos entusiasma, cuando salimos me dice