La han sacado del río inerte. Chen Xingwu, por primera vez en su vida, deja
que unas lágrimas resbalen por la arrugada piel de su rostro viril, curtido de
soles al son de su pala cavando la tierra, en su interminable lucha por labrar una
cosecha. Lili, su adorada niña de quince años, yace muerta en el suelo,
devuelta por las sedientas aguas del río Amarillo, el turbio y terrible “río de
barro” que devora a su paso bosques y praderas. La gente se arremolina en torno
a ellos. Por todas partes deambula el dolor y el miedo
Es tiempo de lluvias en la árida meseta de Loess, situada en las entrañas
de la profunda China. Pedazos de tierra mojada se deslizan hacia el río. Chen
Xingwu le cierra los ojos a su hija, la limpia de lodos y la acaricia
apretándola contra su pecho mientras llora inconsolablemente.
Le costó decidirse a aceptar a esa niña. En 1986 se había casado con So
Young, una joven coreana a la que había comprado en el mercado de novias, a un
vendedor itinerante, después de ahorrar durante mucho tiempo. Era demasiado
pobre y las familias de las pocas jóvenes que quedaban en la zona no permitían
entregar a sus hijas a alguien que no les asegurara un futuro digno.
Las mujeres escasean por esta zona desértica, un denso laberinto de cañones
erosionados, con pequeñas aldeas encaramadas en colinas, a las que no hay
acceso por carretera y donde no llegan los cambios que agitan a la moderna
China. Los jóvenes huyen a las ciudades en busca de una vida mejor.
Una vez celebrada la modesta boda, fueron a vivir a una pequeña aldea,
Chenjiayuan, donde habitaron una cueva horno que les protegía de los fríos
inviernos y de los ardorosos veranos.
So young padeció en sus carnes el desgarro de la posesión sin miramientos
por parte de aquel, su esposo, que la tomaba para saciar su deseo y volcar su
semen en ella en busca del ansiado varón que perpetuara su nombre y asegurara
un futuro a su familia. Pero el destino, ciego a sus intenciones, le había dado
tres hijas. Las dos primeras fueron arrebatadas por Chen Xingwu, recién salidas
del vientre de su madre. Ella no llegó a verlas, los dolores del parto le
habían provocado un estado de semiinconsciencia. Sólo él supo de su suerte.
Pero la tercera vez, cuando So Young sintió a su bebé intentando abrirse
paso a través de sus entrañas, puso todo su empeño en mantenerse despierta.
Gritó con todas sus fuerzas ante cada nueva contracción procurando mantener el
control. La vio salir encogida, ensangrentada, y con un tono azulado en su
piel. Se aferró al cuerpecito de su niña y no consintió que se la arrebataran,
se pasó meses con la pequeña asida a su pecho día y noche, amamantándola y
acariciándola, sin importarle nada más. Su esposo, Chen Xingwu, creyó que había
perdido la cabeza y aceptó resignado su férrea decisión.
Con el tiempo la niña, que poseía la hermosura de las flores de loto y la
alegría de los pajarillos, llenó de contento la austera vida de los esposos,
que trabajaban incansablemente para poder alimentarla.
Pero de nada les había servido su gran esfuerzo para sacarla adelante en
medio de tantas luchas y privaciones, ni tampoco el tigre de arcilla de grandes
ojos y salientes mejillas, que habían colgado a la entrada de su vivienda para
que los protegiera de los malos espíritus, les evitara desastres y les asegurara
la paz y el bienestar. Todo había sido en vano.
Cuando las voces de la desgracia llegan a los oídos de So young, queda
sumida en un profundo letargo, del que ningún remedio parece capaz de sacarla.
Después de varios días empieza a reaccionar pero ya nunca vuelve a ser la
misma, la tristeza se convierte en su inseparable compañera.
No muy lejos de allí, Yang Husheng se llena de alegría al enterarse de la
noticia de la joven ahogada, que corre de aldea en aldea. Hace tiempo que está
en deuda con el cadáver de su hijo, muerto a los doce años en un trágico
accidente. De tanto en tanto, se le aparece mientras duerme reclamando su
deseo, él le contesta que sea paciente, que lo conseguirá. Tiene la obligación
de hacerlo feliz, de completarlo ofreciéndole una esposa para que no esté solo
en la otra vida. Está en contacto con los traficantes de cadáveres de la zona y
sabe que su fortuna le permitirá ser el primero que consiga un cuerpo joven
para darle una esposa a su hijo. Su deber de lealtad para con él así lo exige.
Realizados los tratos, gracias a los mediadores, por fin llega el día. En
primer lugar, se procede a la exhumación del cadáver del joven Yong para
efectuar el rito del minghun o matrimonio en el más allá. Sitúan juntos los dos
ataúdes mientras una banda de músicos interpreta una marcha fúnebre. La
obstinada lluvia sigue acompañando la funesta boda. La gente se conmueve,
brotan las lágrimas, se toman de la mano…
Yang Husheng, agradecido, le ofrece a So Young un anillo y unos pendientes
de oro, además de los dos mil yuanes que les había dado el traficante de
cadáveres. Terminada la ceremonia, a la que los padres de la novia asisten como
sumidos en una amarga pesadilla, vuelven a su casa y a sus miserables vidas.
So Young entra sonámbula en la cueva seguida de su esposo, como una
autómata ordena la vivienda hasta que todo ocupa exactamente su lugar. Después
se dirige a la cocina, busca un pequeño frasco de láudano que tiene oculto en
un armario y se dispone a preparar la comida sumida en un profundo silencio.
Vierte el líquido cristalino y lo mezcla cuidadosamente con los alimentos;
después prepara la mesa, le ofrece a su esposo su plato y ambos, sentados
frente a frente, comen despacio, se miran por última vez sin esperanza,
relajados ya. La sobremesa dura una eternidad…
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