Siempre seré una niña. Aunque un velo blanco disfrace mi negro pelo y el azar me lleve a una calle Parisina en un día lluvioso acompañada de mi último amante. El azar metamorfoseado en una sustanciosa oferta de la agencia de viajes de la esquina de mi casa. Y henos aquí, jugando a viajeros olvidados del tiempo y amándonos en un hotel de tercera del Barrio Latino donde respiran sugestivas historias de otras épocas. Nuestra existencia arrojada, en otro momento, a la misma mesa del café donde Sartre y Beauvoir hablaban de que el ser humano está condenado a ser libre. Yo hice pronto mi elección: siempre seré una niña.
La han sacado del río inerte. Chen Xingwu, por primera vez en su vida, deja que unas lágrimas resbalen por la arrugada piel de su rostro viril, curtido de soles al son de su pala cavando la tierra, en su interminable lucha por labrar una cosecha. Lili, su adorada niña de quince años, yace muerta en el suelo, devuelta por las sedientas aguas del río Amarillo, el turbio y terrible “río de barro” que devora a su paso bosques y praderas. La gente se arremolina en torno a ellos. Por todas partes deambula el dolor y el miedo Es tiempo de lluvias en la árida meseta de Loess, situada en las entrañas de la profunda China. Pedazos de tierra mojada se deslizan hacia el río. Chen Xingwu le cierra los ojos a su hija, la limpia de lodos y la acaricia apretándola contra su pecho mientras llora inconsolablemente. Le costó decidirse a aceptar a esa niña. En 1986 se había casado con So Young, una joven coreana a la que había comprado en el mercado de novias, a un vendedor itinerante, después de
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