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Mostrando entradas de noviembre, 2014

Una buena lección

Foto de Carles Solís Yo era una feliz profesora de matemáticas. Ejercí mi profesión durante cuarenta años. Nunca tuve un destino fijo por razones que son largas de contar y que no vienen al caso, aunque su esclarecimiento daría mucha luz sobre el mediocre sistema educativo de este país en el que vivimos. Me consideraba buena en mi oficio y casi siempre recibía el cariño de mis discípulos. Hasta que los nuevos tiempos me enfrentaron a una asignatura llamada Atención educativa.   Esta venía a ser el coladero de la mayoría de los alumnos, que huían de la religión. Pero ¡ay de mí! Esos chicos descreídos tampoco respetaban la autoridad de mis canas y   de mi oficio y todo terminó de forma intempestiva cuando le rompí   una silla en la cabeza a Gregorio Contreras. Se quedó varios meses en coma, reflexionando, supongo, si es que ello es posible en tal estado, sobre las inconveniencias de menospreciar las fuerzas de aquellos con los que nos enfrentamos.

Cumpleaños

¡Cuánto tardan! pensaba Felisa, sentada a una mesa que habían instalado, con todo lujo de detalles, para celebrar sus cien años. Era la más longeva de la localidad y se habían esmerado en preparar un gran banquete. Los manteles, de lino blanquísimo, lucían junto a las sillas forradas de la misma tela; las copas de Bohemia esperaban sedientas colores y aromas de vinos de reserva; los platos prometían delicias de ibéricos, quesos, perdices encebolladas y demás manjares dispuestos para la ocasión. ¡Cuánto tardan! exclamó la feliz anciana. Después su nieta Ángela cerró sus párpados con una suave caricia. Cuadro de Evgeny Lushpin

El camino

Foto de Gabriel Figueroa Me llamo Amanda Alterio y nunca he entendido a los hombres. Hubo un tiempo en que fui adicta a las relaciones sentimentales. Necesitaba enamorarme para sentirme viva y creo que esta peculiaridad de mi carácter me ha llevado más de una vez al fraude. Llevo en mi maleta todo lo que poseo, un poco de ropa y un par de libros; y en mi corazón conservo un ramo grande de amores marchitos: olvidados, unos; cruentos, los menos. Miro al horizonte con esperanza y algo de miedo. He dado el primer paso de un camino que no sé a dónde va a conducirme, aunque sé que la muerte es la meta y las letras mi gran consuelo.